Los penaltis condenan a España y le dejan a la puerta de la final

Morata y Dani Olmo fallaron la pena máxima tras un gran encuentro

En la puerta del paraíso se quedó España. Justo en el umbral después de llevar a Italia al límite, firmando un imponente partido, dominando el juego, controlando casi todo, teniendo respuesta para superar el tanto inicial de Chiesa. Es una derrota con honor. Pero una derrota. Aunque, en el fondo, tal vez sea un triunfo porque Luis Enrique ha sabido guiar a esta joven selección hasta Wembley sembrando una semilla de esperanza. Hay futuro. Y, por supuesto, presente como quedó demostrado con un equipo que tuvo el balón, desfigurando a Italia, que se coló en la final de la Eurocopa en la tanda de penaltis.

Y en Morata, primero, suplente, luego revulsivo, se resumió la alegría y el dolor de España. Generó entusiasmo con el tanto del empate, provocó después frustración cuando su penalti, era el cuarto, fue detenido por Donnarumma. Luego, Jorginho cumplió con el oficio del lanzador al que no le afectan las presiones, mientras Pedri, un niño que no falló ni un pase en los primeros 90 minutos, lloraba a lágrima viva en Wembley. No había consuelo alguno para el joven talento del Barça, mientras Luis Enrique, orgulloso de la obra que ha construido en tiempo récord, se dirigía a la grada del estadio londinense para aplaudir a los miles de aficionados que estaban aún en el estadio.

Reconocimiento eterno

Después, el técnico iba abrazando, uno a uno, a todos sus futbolistas. En cada abrazo había un gesto de gratitud y reconocimiento eterno hacia esos chicos que han demostrado que España está de vuelta. No es solo orgullo ni carácter sino el compromiso con una manera de jugar que ahogó a Italia, aunque se quebró desde ese punto que no olvidará. Desde los 11 metros con los que eliminó a Suiza. Desde los 11 metros donde caía con Italia.

Pero no hay mejor legado que dejó el juego de España. Un legado para iniciar un camino lleno de esperanza porque la selección, basta mirar el partidazo de Dani Olmo, cuyo primer penalti fue al Tamesis, ha completado un proceso de aprendizaje impagable. Quizá en Qatar se recoja el trabajo construido en este torneo donde Luis Enrique ha logrado un triunfo inesperado: la gente se ha conectado, de nuevo, con la selección. Su fútbol merece todo respeto y reconocimiento porque no solo ha competido sino también ha exhibido la guía para los próximos meses.

Delantera dinámica

Valiente como siempre fue Luis Enrique. Y cruyffista como evocan sus atrevidas decisiones. Johan ponía a Laudrup de ‘falso nueve’. Y Guardiola, amigo de Lucho, lo hizo en su día con Messi. O en el City con De Bruyne. No hace tanto España eran “Morata y 10 más”, como sostenía el seleccionador español. Pero en Wembley, consciente de que Chiellini y Bonucci, los centrales de Italia, viven más tranquilos cuando tienen un delantero cerca de sus veteranos cuerpos, quitó el asturiano esa figura. Envió a Morata al banquillo para compartir chándal de secundariow con Gerard Moreno y apostó por una delantera dinámica en la que Dani Olmo, el joven nacido en La Masia que ha madurado en Croacia y ahora en Alemania, ofreciera una cátedra de lo que es un ‘falso nueve’. Astuto, creativo, listo, jamás vivió en el área azzurra generando descontrol a ese experto eje. No solo eso. España le quitó el balón a Italia, demostrando una excelente personalidad porque sorteó con calma la presión ordenada por Mancini. En los primeros 45 minutos, La Roja, que volvía a ir vestida de blanco, dio el doble de pases (316) que los italianos (151). Cuando lo necesitó asumió esa imberbe selección, parida por Luis Enrique, el riesgo, generado superioridad a través de tener la pelota. Y tenerla con sentido e imaginación con Pedri ofreciendo una página más de su magia en lo que se intuye que es un catálogo infinito. Un monumental pase, estropeado luego por el mal control de Oyárzabal, demostró que el adolescente canario, que ha traspasado la barrera de la mayoría de edad, no se deja intimidar por el rival (era Italia y sus cuatro estrellas de campeona del mundo cosidas en el pecho), ni, por supuesto, por el escenario. En Wembley, en el país donde inventaron el fútbol, asistieron asombrados a Pedri, un niño que juega como si cada gesto fuera una lección de fútbol.

La vieja Italia

De pronto, tras un brioso arranque inicial, Italia mutó en lo que siempre ha sido. Un equipo especulativo, con nueve y hasta 10 jugadores por detrás del balón. Pero no era culpa suya. Era culpa del juego de España. Del brillante y moderno juego de España, a quien le faltaba el premio del gol (Donnarumma evitó un venenoso disparo de Dani Olmo) para encontrar la recompensa más que merecida. Pero los partidos no se merecen. Se ganan. Y Mancini, justo cuando el cronómetro indicaba los minutos finales de una primera parte donde Italia, y no solo la selección sino todo el país, suplicaba por tener el balón más allá de 10 segundos, descubrió a Emerson, el suplente de Spinazzola, cabalgar por el flanco izquierdo. Entró el lateral zurdo del Chelsea en el área de Unai Simón soltando un endiablado disparo que repelió el larguero de España. De la nada, una ocasión más que peligrosa, síntoma de que la vieja Italia estaba de vuelta, dolida como estaba porque le habían arrebatado el tesoro del balón a la nueva Italia.

Mancini, como es obvio, detectó la gravedad del problema y ajustó en el inicio de la segunda mitad para activar a su selección. Lo consiguió, curiosamente, con un error con los pies de Unai, no tan grosero, claro, como del Croacia, pero eso envalentonó a los italianos, que encontraron, al fin, a Immobile. El partido no era en la segunda mitad de una única dirección, como le favorecía a España. Y así en una jugada rapidísima, iniciada por Donnarumma con la mano, montó un contragolpe de libro, que pilló al equipo de Luis Enrique descolocado. Ni el corte inicial de Laporte impidió que Chiesa adelantara a Italia con un soberbio derechazo. Todo fue tan rápido que ni se percató la selección de Luis Enrique, quien movió el banquillo de inmediato situando a Morata en el campo, pero destinado al flanco izquierdo con Dani Olmo instalado en el eje del ataque, pero de forma provisional. Luego, Morata, de nueve; Dani, de 11.

Al gol de Italia reaccionó bien la selección aunque desperdició dos ocasiones irreales de fallar, sobre todo la de Oyárzabal, solo en el área pequeña, aunque ni conectó con la pelota. El disparo de Dani Olmo no encontró ni tan siquiera portería. Pero Luis Enrique, que pronto agitó el equipo con esos cambios, inoculó una personalidad y un carácter a un grupo de jóvenes que tiene por bandera un estilo de juego innegociable, además de un carácter indestructible porque lo fácil era claudicar. O dejarse llevar por el oficio de esa adulta Italia. Aunque quien se hizo verdaderamente adulta fue España como resumió el tanto del empate de Morata porque, a veces, el fútbol sí es justo. No siempre. Pero, a veces, sí. Basta ver el gol español. Un resumen de lo que es este equipo. Fiel y comprometido con el balón de manera casi fundamentalista, con una convicción religiosa. Del central zurdo al nueve. De Laporte a Morata, que recibió de espaldas y cabalgó a campo abierto, enfrentado a Bonucci y y Chiellini, sus amigos de la Juve. En esa carrera iba rompiendo todos los fantasmas que había anidado en su mente desde hace semanas. Pero necesitó, por supuesto, el caramelo de Dani Olmo. Hasta le quitó el papel a la golosina el delantero de Terrassa para que Morata, con una precisión quirúrgica, engañara a Donnarumma con un zurdazo delicado y, al mismo tiempo, contundente. Un gol para vivir la tercera prórroga de una España que ha madurado en ese mes que ha ido dando vueltas por toda Europa: Sevilla, Copenhague, San Petersburgo y Londres.

En el tiempo añadido, ni rastro de Italia, desnaturalizada y ofuscada como quedó por la excelente respuesta de la selección de Luis Enrique, aunque el juego no le llegó para ganar, por lo que se acabó donde Suiza. En el punto de penalti. Y ahí la crueldad del fútbol quedó simbolizada, de nuevo, en Morata porque su lanzamiento fue detenido por Donnaruma, justo antes de que Jorginho, en una exhibición de sangre fría, firmará el penalti decisivo para que Italia llegara a la final de la Eurocopa.

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