El Barça destroza al Madrid

La ovación del Bernabéu a Iniesta tendría sentido si significara algo. Es un gesto de rendida admiración, pero poco más. El Madrid no aprende. Lleva décadas sometido al Barcelona, pero no se da cuenta.

Sale tocado Benítez, pero también las estrellas y el proyecto. “Filosofia de club, filosofía de club”, peroraba un socio.

Benítez “ancelottizó” el Madrid. Casemiro al banquillo y en el campo la BBC y James y Modric y el que fuese. Todos. El Barcelona, sin embargo, ocupó el centro del campo con Busquets, Rakitic e Iniesta.

Paradójica valentía la de Benítez, la de darle la razón al ambiente. Todo al rojo. Nadie le podrá decir ahora que no es ofensivo.

“Dimisión, Rafa Benítez”, gritó el público al final de la primera parte. Porque la primera parte fue para recordar.

Tras esa Marsellesa tristona, nada impetuosa, con un piano como de Toni2, tras los himnos, los pitos a Piqué, después de tantas emociones que daban ganas de echarse llorar, el Madrid no fue. Atrajo todas las miradas del mundo para derrumbarse luego.

Los de Luis Enrique tuvieron la pelota y el Madrid miró, sólo miró. Desde el comienzo, Neymar hizo lo que quiso por donde Danilo. El Madrid sólo podía oponer la lanzadera breve, puntual, de James, que a la vez despejaba su banda. La banda derecha del Madrid era la frontera turca.

Bale la coge en el centro y se va a la banda para volver a irse al centro. No es que juegue a pierna cambiada, es que juega al revés, como si su juego fuera el reflejo de un espejo. Es raro hasta desde un punto de vista óptico.

Sin Casemiro, la zona del 5 estaba desguarnecida. Se notó en el 0-1, minuto 10. El Barça empieza a tocarla y se produce algo curioso. Como comenzaba Piqué, los pitidos eran tremendos, pero al prolongarse el rondo, los pitidos eran autoasfixiantes. ¡El rondo culé estaba asfixiando a todo el Bernabéu!

Sergi Roberto penetró con una sutileza de Celades bueno, de Celades conseguido, y Suárez remató con el oficio del especialista, eso tan raro ya.

El toque culé prolongó los olés de sus pocos aficionados. Llegará el día en que en España olé se diga “ulé”.

Iniesta lo lanzaba todo desde su sitio. Lo tramaba todo desde allí, más suelto que nunca porque el Madrid era el regalo del espacio, la absoluta incomparecencia. Regates, ruletas, pases listados con vuelo de pluma, y siempre desde ese sitio del que va y viene con una memoria espacial de portero. Iniesta tiene una memoria de décadas. Todo el Barcelona. Un fútbol arraigado frente a una triste (porque triste fue) renuncia de Benítez. El Madrid parecía haber sido diseñado en una servilleta. ¡Tácticamente!

Lo de Ancelotti, pero peor. Porque para Ancelotti ya estaba Carletto.

Busquets estuvo estructural. Sus duelos (apenas coincidencias espacio temporales) con Bale lo decían todo. Desplegó el top manta en el centro y ahí se quedó. Tiene algo además de nivel, de señal de flotación de la nave azulgrana.

El Barcelona sin Messi estaba siendo muy superior al Real Madrid, la conclusión.

Nada podía la presión blanca contra la salida culé. El Barcelona no tiene pasillos de seguridad, tiene pasillos vestibulares, conductos de finos equilibrios, y el Madrid, de algún modo, empieza a parecer un equipo inglés.

Benítez hacía ese gesto del padre en la playa cuando llama al niño que está metiéndose en el mar.

La impotencia madridista, llegando tarde, se tradujo en faltas, patadas como tributos que se pagaban al rival.

Hubo solo un chut de James y una llegada que no remató Benzema. No puede extrañarnos.

Y en el 38′, el segundo, una genialidad de Iniesta, completamente solo, fue para Neymar, que llegó hasta el fondo de la defensa madridista.

En el 45′, Neymar perdonó el tercero.

¿Haría Benítez lo de la final Liverpool-Milan en el descanso?

No quedaba otra que la heroicidad más rocambolesca. Incluso la heroicidad involuntaria.

Y así empezó el Madrid, con arrancadas temperamentales de Marcelo. Messi, mientras, calentaba en la banda, y hubo un momento en que dejó de correr. Sabía lo que iba a pasar, quizás. El Barcelona tocaba ante nadie, sin ninguna oposición. Iniesta avanzó, Suárez le respondió la pared, y el remate fue inapelable y tranquilo como en un entrenamiento.

Pudo aún llegar el cuarto. Y para que no dijeran que perdonaba, entró Messi.

Pañuelos en el campo y la evidencia de que los jugadores estaban en una pasividad huelguística. Las traiciones a sí mismo de Benítez han conseguido que la plantilla no le responda. Un problema de concepto y autoridad que excede al entrenador.

“Once Juanitos”, pedía la grada, pero Juanito ahora igual jugaría de mediocentro.

Un amigo me dijo hace poco: “No quiero tener ahora un niño porque se me hará del Barça. Esperaré”.

En el Bernabéu se hizo un silencio de consulta del médico. La gente meditaba de qué se estaba muriendo.

El Barcelona quizás estuvo peor con Messi, sin Rakitic. El argentino tuvo un par de ocasiones, pero estaba como estudiando su propia pisada. Con generosidad, hubiese llegado el cuarto de Neymar. Pero estaba empeñado en que fuera Suárez. Atrajo la escasa presión del centro madridista (que se cierra, si se cierra, como un esfínter flojo), y la jugada, rápida, la acabó el dentudo.

Navas no pudo parar, porque esas cosas no admiten ni palomitas: balones picados, entradas hasta la cocina…

Rigor mortis en el Madrid, un silencio sepulcral que rompió la histórica ovación a Iniesta. Cabría preguntarse: si se aplaude, ¿por qué no se imita?

El partido parecía la negociación del 0-5.

Muchos aficionados pitaron a Cristiano e incluso algunos se atrevieron a gritar “Florentino dimisión”. Gritos que salían de algunos sectores de la grada, dispersos, distante, como células dormidas.

Isco vio la roja por una patada y el público, ya no se sabe si en la autoparodia, gritó «Isco, Isco». De algún modo, había demostrado tener sangre en las venas.

El Barcelona, hay que decirlo, tuvo piedad, y Munir le quitó el quinto a Piqué.

Para evitar que se oyeran los gritos, el himno casi nos deja sordos.

Eso sí, se vieron los pañuelos. Del viejo Madrid queda esa pañolada.

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