El nuevo piloto de Ducati muestra algunas de las piezas más valiosas de sus 100 tesoros
No es un museo. Tampoco es un bar. Ni siquiera un pub. Ni una discoteca. Mucho menos un restaurante. Es, dicen, un Sports Bar. Cómo no, tratándose de Jorge Lorenzo, el último grito en centro lúdico, divertido, entretenido y muy, muy, interesante para los amantes del deporte, del mundo del motor, de las carreras, de MotoGP, por supuesto, pero no solo de MotoGP, también de F-1. «Hasta veremos al Barça en el inmenso plasma que hemos puesto».
El Sports Bar, que inauguró ayer el tricampeón mallorquín en Andorra, es un lugar coqueto, luminoso en la diversión, en el bar, en el restaurante (con mesas de fibra de carbono), en el pub (¡hasta las tres de la mañana!) y muy íntimo, hasta oscuro, en la parte del museo, donde uno puede contemplar desde un casco del mítico Ayrton Senna («la pieza, sentimental y deportivamente, más valiosa») hasta la Yamaha M1 con la que su dueño conquistó, el pasado año, el título de la categoría reina.
«Uno puede venir aquí y, por el módico precio de 10 euros, ver una parte de mi museo, tomar una copa, comer algo, ver carreras de motos y F-1 históricas, subirse al simulador de MotoGP, correr en el simulador de F-1 y, antes de irse, pasar por la tienda y comprar algún recuerdo de cualquiera de sus pilotos favoritos, desde Valentino Rossi hasta Marc Márquez y, claro, también, cosas mías. Pero esto no es la casa de Lorenzo, es la casa del motor, de las carreras, de la diversión con velocidad», explica emocionado Lorenzo.
La cosa empezó en broma, como un entretenimiento más de Lorenzo. «Bueno, en realidad», explica el mallorquín, ya piloto de Ducati, «empezó intercambiando un casco con Casey Stoner en 2012 y pensé ‘mira, sería divertido ir guardando cosas de amigos y colegas’ y así seguí, pues, poco después, Sebastián Vettel me dio uno de sus monos y yo le regalé uno de los míos». Y así empezó la colección, ahora compuesta de cien artículos, recuerdos, maravillas, de las que solo hay expuestas 30 piezas en el museo, «aunque, probablemente, las iremos cambiando».
Ni que decir tiene que Lorenzo, aunque no dice cuánto se ha gastado, ha ido formando su colección a base de cambiar cosas suyas con otros campeones («bueno, será un 50% de intercambio y un 50% comprado de gente que se ha desprendido de ello») y también, sí, también, entrando en las webs que venden ese material (certificado, por supuesto) donde ha ido adquiriendo piezas.
«Me faltaba algo de Giacomo Agostini, bueno, también de Phil Read, y, hace unos días, conseguí un mono de los suyos. ¿Cómo?, me hizo conducir durante cuatro horas, de Lugano (Suiza), mi lugar de residencia, a Bergamo, donde vive Ago. Esa era la condición: que fuese en persona a buscarle el regalo».
Lo primero que se encuentra uno cuando asciende al museo, con quien colabora también Pyrénees Andorra, es una foto de Lorenzo de niño (16 agosto 2000) con la leyenda: «Hola, soy Giorgio Lorenzo y quiero ser campeón del mundo».
A partir de ahí empezó la leyenda, las victorias y los títulos hasta llegar a este divertido y curioso museo. «Es una maravilla», cuenta Ángel Nieto, que acompañó a Lorenzo en su día. «Me gusta porque hay cosas de gente tan divertida y maravillosa como Barry (Sheene) y Schumacher, pero, especialmente, me encanta porque refleja la estupendo que es Jorge, lo mucho que ama las carreras, todas, motos y F-1 y la pasión que siente por todo lo que huela a gasolina y goma quemada. Solo espero que le vaya estupendo en su nueva andadura con Ducati. Se lo merece. Mientras Marc (Márquez), Dani (Pedrosa) y él sigan ganando, la gente se seguirá acordando de mí», concluye con una de sus amplias sonrisas.