La Argentina de Leo Messi, todo o nada

La estrella del Barcelona se juega su pase al Mundial de Rusia en medio de un clima de pánico colectivo en su país

Por Abel Gilbert

Noche de nervios y tensiones apocalípticas: no aptas para cardíacos. Argentina se juega este martes en Quito ante Ecuador su modesta posibilidad de ir a Rusia 2018. Si gana, va seguro a la repesca con Nueva Zelanda y hasta puede evitar ese trance en caso de que le vaya mal a otros competidores. Incluso un empate puede obrar el milagro. Los argentinos han encendido velas y se han encomendado al cielo, crean o no. A casi 2.900 metros de altura puede suceder cualquier cosa, una de ellas hasta hace poco impensada: quedarse afuera del Mundial a pesar de contar con el mejor jugador del planeta.

Por estas horas de una incertidumbre que provoca escalofríos, palpitaciones y hasta sensaciones paranoicas («es un complot contra Argentina»), también ha aflorado un sentimiento de compasión colectiva hacia Leonel Messi. Nunca como antes quedó tan lastimosamente clara la diferencia abismal entre él y sus compañeros. Leo llega en condiciones superlativas desde Barcelona y acá tiene que «levantar a un muerto», como se dice en relación a las tareas de improbable éxito. Hasta la Pulga padece la sequía en un conjunto yermo.

Hace tres eliminatorias que el seleccionador argentino no se impone en la capital ecuatoriana. «La pelota no dobla», llegó a decir en los años noventa el entrenador Daniel Passarella, al justificar una derrota en las alturas. Pero lo que pesa entre los jugadores no es el peligro de la falta de aire sino la responsabilidad que cargan sobre sus espaldas como una cruz y hace que a muchos –incluso algunos de los consagrados en Europa- le tiemblen las piernas.

«La selección es una tortura para quien se ponga la camiseta», dijo el comentarista deportivo Juan Pablo Varsky. Esa sensación de inseguridad de los jugadores, y también, a estas alturas, de gran parte de los hinchas, es el exacto reverso de una «natural tendencia a creer que somos siempre más que los otros», como dijo otro sagaz comentarista, Juan José Panno.

Argentina, que en Buenos Aires perdió por dos goles ante Ecuador y no pudo derrotar a Venezuela y Perú se juega a todo y nada en las peores condiciones anímicas. Han pasado tres entrenadores en un año -Tata Martino, Edgardo Bauza y en este momento Jorge Sampaoli- y todo fue para peor. Lo que cuesta entender, y es hasta un misterio para los psicólogos deportivos en esta ciudad atestada de psicoanalistas, se relaciona con los efectos que provocan en los jugadores las críticas periodísticas y las burlas en las redes sociales. Los integrantes de la selección, señaló Panno, ven «enemigos por todas partes y aliados en ningún lado».

Hay que remontarse a 1969 para percibir un miedo al fracaso deportivo similar. «Va Egipto al Mundial con un penal a los 94 minutos y Argentina se está quedando afuera. ¡Hasta Egipto tiene más poder en la FIFA», dijo el diario deportivo argentino Olé. Sampaoli trata de conducir un barco a la deriva en medio de la tormenta verbal de la prensa. Le reprochan que siga probando esquemas. «¿Qué querés inventar, Sampaoli?”, le espetó Olé.

A pesar de las penosas actuaciones de los últimos tiempos, el «pelado» confiará una vez más en Ángel Di María como socio de Messi. También optaría nuevamente por Benedetto, que erró cuatro goles el pasado jueves ante Perú, antes que el Icardi estrella del Inter. Enzo Pérez entra por el completamente devaluado Banega. Pero, más allá de los cambios, subyace una pregunta: ¿cómo reaccionará emocionalmente el equipo?

La astróloga Mónica Eyherabide cree que esta vez los planetas se han alineado y Argentina ganará. Brasil, por su parte, recibe a Chile en Sao Paulo y los amigos de Messi ya dijeron que no le perdonarán la vida. En medio del desasosiego se filtró en las redes sociales la supuesta camiseta de la selección argentina para el próximo Mundial: tres líneas negras sobre los hombros y las clásicas líneas verticales celeste y blanca conformadas por pequeños cuadrados de diferentes tonalidades. En breve se sabrá si ha sido una profecía o un tremendo desatino.

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