El famoso astrofísico británico Stephen Hawking ha fallecido en la madrugada de este miércoles en su casa de Cambridge a los 76 años, según ha confirmado un portavoz de su familia.
El genio de la astrofísica padecía ELA, una enfermedad degenerativa, desde los 21 años. El científico había superado todas las expectativas sobre su esperanza de vida y era una de las mentes más reconocidas del mundo. Sentado en una silla de ruedas, desde 2005 sólo podía comunicarse moviendo un músculo bajo su ojo con el que accionaba un sintetizador de voz.
«Estamos profundamente entristecidos porque nuestro querido padre haya fallecido hoy», declararon los hijos del profesor Hawking, Lucy, Robert y Tim, en un comunicado publicado por la agencia británica Press Association. «Fue un gran científico y un hombre extraordinario cuyo trabajo y legado perdurarán muchos años».
No es exagerado afirmar que Hawking se convirtió en el científico más conocido del planeta, a partir de la publicación en 1988 de ‘Historia del Tiempo’, el libro que le catapultó al estrellato. Parte de esa fama se debió a su incomparable talento para la divulgación científica en el campo de la astrofísica, condimentada con su ingenioso sentido del humor.
Pero no cabe duda de que su impresionante capacidad para sobreponerse a la terrorífica parálisis que le encadenó a una silla de ruedas desde su juventud, y posteriormente le obligó a comunicarse a través de un ordenador, también tuvo mucho que ver con la admiración que despertó en todo el mundo.
Stephen William Hawking nació en Oxford el 8 de enero 1942, una fecha que parecía predestinarle al estudio del Universo, exactamente 300 años después de la muerte de Galileo. Desde muy joven se sintió seducido por el mundo de la ciencia y por comprender, en sus propias palabras, «cómo funcionan las cosas». Su vocación y la brillantez que siempre mostró como alumno le abrió las puertas de las dos grandes universidades británicas: primero Física en Oxford, y después Cosmología en Cambridge.
Fue precisamente durante su primer año como estudiante doctoral en esta última universidad, con 21 años recién cumplidos, cuando empezó a sentirse progresivamente débil, e incluso a caerse al suelo sin ningún motivo aparente.
Al principio, tras someterle a toda clase de pruebas, los médicos no entendían lo que le pasaba, pero pronto se le diagnosticó esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una enfermedad degenerativa que deteriora progresivamente la capacidad motora del organismo. Los especialistas pronosticaron que viviría uno o dos años como mucho.
Sin embargo, a pesar de que inicialmente -como confesó él mismo- se sentía «como un personaje trágico» y pasaba días enteros «escuchando a Wagner», decidió regresar a Cambridge y volcarse de nuevo en sus estudios. Un factor crucial en sus renovadas ganas de vivir fue su noviazgo con Jane Wilde, la mujer que le animó a seguir luchando y se convirtió en su esposa y madre de sus tres hijos (posteriormente se divorció para casarse con su enfermera).
A partir de ese momento, su carrera científica y académica tuvo una trayectoria meteórica. Tras completar su licenciatura en Oxford y doctorarse en Física por Cambridge, a los 28 años Hawking ya era considerado uno de los astrofísicos más brillantes de su generación, fundamentalmente gracias a sus contribuciones al estudio de los orígenes del universo y la naturaleza exótica de los agujeros negros.
Por un lado, tal y como explicaba su colega Roger Penrose, apuntaló la teoría del Big Bang, al comprobar que el universo pudo surgir espontáneamente de una «singularidad», es decir, un punto de densidad infinita «que no pudo haber provenido de un universo previo». O como le gustaba decir al propio Hawking, «preguntar qué ocurrió antes del Big Bang es cómo preguntar qué hay más al sur del Polo Sur».
Posteriormente también demostró cómo, en sus propias palabras, los agujeros negros «no son tan negros» como se creía, en el sentido de que estos sumideros cósmicos, aunque ni siquiera dejan escapar a la luz de su atracción gravitatoria, sí emiten algunas partículas (bautizadas como «radiación Hawking», en honor al nombre de su descubridor).
Todos estos hallazgos le dieron renombre internacional, y en 1979 obtuvo la prestigiosa catedrática Lucasiana de Matemáticas en Cambridge, la misma que en su día ocupó Isaac Newton. Al mismo tiempo, su estado físico se iba deteriorando, hasta que en 1985 tuvo que someterse a una traqueotomía que le dejó sin habla. A partir de ese momento, tuvo que aprender a comunicarse a través de un sintetizador de voz que se diseñó especialmente para él, y que activaba eligiendo palabras o frases en una pantalla de ordenador mediante movimientos con las manos y los ojos.
Pero a pesar de todas las dificultades, Stephen Hawking jamás arrojó la toalla y decidió dedicarse cada vez más a llevar sus conocimientos sobre el Universo al gran público a través de obras divulgativas como ‘Historia del Tiempo’, que con más de 10 millones de ejemplares vendidos en más de 35 idiomas, batió todos los récords para un ensayo de divulgación científica.
Más adelante, Hawking siguió cosechando éxitos editoriales con libros en los que siguió intentando difundir en un lenguaje comprensible los enigmas del cosmos, como ‘El Universo en una cáscara de nuez’, ‘Brevísima historia del tiempo’, y con su hija Lucy, ‘La clave secreta del Universo’. Se convirtió en un auténtico ‘superstar’ mundial de la ciencia, e incluso llegó a protagonizar episodios de series tan populares como ‘Los Simpson’ y ‘Star Trek’.
Todas estas apariciones estelares hicieron que desde algunos círculos científicos se le criticara por un desmedido afán de protagonismo, y se le tachara de frívolo por algunas de sus declaraciones en campos que se salían de su especialidad académica. Sin embargo, la dimensión puramente mediática de Hawking como «icono pop» de la ciencia no debería llevar a nadie a olvidar ni cuestionar la importancia de sus contribuciones a la astrofísica.
El propio Hawking se reía de quienes le equiparaban a Newton o Einstein porque lo consideraba una exageración absurda, pero es innegable que sus trabajos sobre el Big Bang, la formación de las primeras galaxias y los agujeros negros se consideran aportaciones de gran trascendencia en el campo de la cosmología. Buena prueba de ello es la larga lista de prestigiosos reconocimientos académicos que ganó a lo largo de su carrera, como el Premio Wolf (1988), la Medalla Copley (2006), y, en España, el Premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA (2016), compartido con el astrofísico ruso Vladimir Mukhanov.
Stephen Hawking, en definitiva, será recordado no sólo por demostrar el impacto que puede tener la ciencia en la sociedad, si se cuenta de forma comprensible y divertida, sino por dar con el ejemplo de su vida una impresionante lección de hasta dónde puede llegar un ser humano cuando se propone superar la adversidad más cruel.