La afición comenzó a silbar al portero tras el primer tanto del Atlético de Madrid. «Tengo que encajar los pitos. El público es soberano», afirmó Casillas al término del encuentro
La derrota de ayer del Real Madrid ante el Atlético de Madrid (1-2) supone algo más que perder tres puntos. El Santiago Bernabéu juzgó con una sonora pitada la actuación de Íker Casillas, que hasta hace poco era idolatrado y recibía aplausos por doquier. Parecía el icono intocable, al menos por el estadio. Pero, tras este partido, de nuevo, el eterno debate que abrió Mourinho sobre la titularidad o no del histórico portero regresa a escena. El conflicto entre Diego López y Casillas promete volver a la memoria del madridismo y, por momentos, se reabre como una herida fresca. Quizá demasiado reciente.
Los acontecimientos se precipitaron tras el gol de saque de esquina de Tiago que abrió el marcador. El Bernabéu necesitaba a alguien sobre el que lanzar toda su furia y rabia contenida, y el elegido fue el capitán. Quizá en esta ocasión, tal y como señaló Carlo Ancelotti en la rueda de prensa posterior al encuentro, el portero podía hacer muy poco, pero, en realidad, el problema no fue esta jugada, sino todo lo que la precede. Las últimas semanas, meses y años, que han tensado la cuerda hasta límites insospechados.
Casillas soportó pitidos desde ese instante casi cada vez que tocaba el balón. El que había sido uno de los hombres más aclamados y aplaudidos por megafonía antes del comienzo del encuentro, ahora se convertía en la diana sobre la que disparar los dardos. Si bien es cierto que una parte de la afición decidió corear el nombre del capitán con el propósito de animarle en un momento en el que lo necesitaba. Pero el daño estaba hecho.
El Bernabéu, o una buena parte, le ha señalado, y Casillas ha asumido la pitada de la mejor forma posible: «Hay que encajar los pitos, el público es soberano», afirmó al final del partido. Mientras, Keylor Navas espera su oportunidad desde el banquillo.