Messi marca para el Barça ante el Chelsea

El astro marca por fin al equipo inglés en el noveno partido e iguala el tanto de Willian, que había estrellado dos tiros al poste

En la portería que toca a Fulham Road volvió a producirse el milagro. O varios a la vez. Donde marcó Etoo en la única victoria del Barça, donde empató Iniesta para entrar en la eternidad (y meter al Barça en la final de Roma), marcó Messi, por fin, en su noveno partido frente al Chelsea, el rival que le había sido más esquivo. Milagro fue que Iniesta, el menos agresivo del equipo, robara un balón en el balcón del área para entregárselo al Sumo Hacedor.

Messi dio vida al Barça. Messi es la vida. Ya era extraordinario que el Chelsea no hubiera encajado nunca ningún gol suyo. El astro apareció, otra vez, para iluminar el camino cuando el Barça gateaba desesperado, a oscuras, pero enérgico, desorientado por el gol de Willian que le condenaba a otra epopeya en el Camp Nou.

Nueve años después

Nueve años después los protagonistas del gol más paranormal de la historia reciente del Barça volvieron a aliarse. Intercambiaron sus papeles. En el 2009, Messi vio a Iniesta; en el 2018, Iniesta vio a Messi. Aquel chutó a la escuadra sin prepararse siquiera; este, dispuso de alguna milésima más para apuntar al rincón inalcanzable de Courtois, tan grandioso como Cech, tan ocioso como su antecesor. Quién sabe si este 1-1 será tan decisivo como el del pasado.

Messi dio vida al Barça. Messi es la vida. Ya era extraordinario que el Chelsea no hubiera encajado nunca ningún gol suyo. El astro apareció, otra vez, para iluminar el camino cuando el Barça gateaba desesperado, a oscuras, pero enérgico, desorientado por el gol de Willian que le condenaba a otra epopeya en el Camp Nou.

Dos postes como aviso

El Essien de tan recordado precedente fue Willian, un futbolista mucho más talentoso. Marcó a la hora de partido, pero ya había avisado dos veces. Con la misma jugada: recorte y tiro envenenado. El Barça, sintiéndose condenado aunque le quedara la bala del partido de vuelta, reaccionó con el mismo brío de entonces, con la energía que andaba reservando no se sabe bien por qué.

Con el mismo once de Eibar salió Valverde a afrontar un partido que no tenía nada que ver y frente a un rival que plantearía cosas distintas. Opuestas prácticamente. El Barça jugó a placer esta vez antes de sentirse agobiado. Tuvo la pelota y la movió a su antojo de un lado para otro, cuando el sábado apenas podía dar tres pases seguidos.

El Chelsea le abrió las puertas de casa. Fue un anfitrión cordial, bondadoso en las formas, sin un mal gesto ni un aspaviento. Dio mucha confianza a su invitado, aunque tanta amabilidad escondía una inequívoca maldad: aprovecharía cualquier distracción para tumbarle. Conte, aparatoso y gritón en la banda, contrastaba con Valverde, calmado y taciturno representando dos formas de ver el fútbol y de interpretarlo. El que defendía era el enérgico y el local; el calmado y ofensivo fue el visitante. El mundo al revés.

Conte inventa para la ocasión

Tan al revés como que las mejores ocasiones fueron para el sujeto pasivo. Como era de suponer, el Chelsea estaría agazapado a la que saltara. Una pérdida de Paulinho y dos imprecisiones seguidas de Sergi Roberto y Piqué desembocaron en acciones casi idénticas: con Willian ejecutando un precioso regate, el mismo –en el primero dejó clavado a Busquets- para lanzar dos chutazos parabólicos, uno a cada palo.

La repetición del once de Ipurua dio a entender que no hay más cera que la que arde en el Barça; el Chelsea inventó algo para la ocasión, de acuerdo al prolongado estudio de un mes que había hecho de su rival. De acuerdo al concienzudo análisis Conte colocó una armadura metálica para el cuerpo y mallas para las piernas. Si había que salir al contrataque, tenía que ser ligero de equipaje. Los cinco de detrás son inalterables. Por delante juntó a Cesc con Kanté y colocó flechas en las bandas (Willian y Pedro) para que combinaran con el pequeño Hazard, reconvertido en un punta juguetón.

El equipo que defendía marcó en una jugada estática, y el equipo que atacaba tenía a nueve jugadores en el área. Messi devolvió la cordura al fútbol. Si es que la tiene.

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