Marcell Ozuna levanta la vista y extiende la mano en dirección a la puerta del clubhouse. «Todavía creo que en cualquier momento va a entrar por esa puerta para darme un abrazo», expresó el jardinero dominicano. «Me resisto a creer que se ha ido tan pronto y me ha dejado solo. Me he quedado sin un hermano».
El que va a entrar por la puerta no es otro que José Fernández, el chico que consideraba a Ozuna su hermano y le llamaba de manera afectuosa «Ozo». El cubano no hacía nada sin conversarlo con él, era su confesionario hecho carne y hueso.
Ni siquiera cuando le dijo que se iba a dar un paseo en bote dejó de informárselo, e incluso trató de convencer a Ozuna que se fuera con él la noche del sábado para dar un paseo por las aguas cercanas a Miami Beach.
«Traté de convencerlo para que no se fuera y le dije que no iría con él, porque me esperaban en casa mi esposa y mis tres hijos», recordó el guardabosques. «Todo el mundo sabía cómo le gustaba a José la pesca, lo enfermo que era a eso a y su bote. Llevaba dos semanas sin montarlo. Muchos le dijeron que no fuera».
Antes de irse del clubhouse, Fernández le pidió a Ozuna que si llegaban las 10 de la mañana del domingo y no lo veía aparecer por el estadio, que lo llamara urgente para evitar quedarse dormido y perder la práctica matutina.
Cuando salió rumbo a su hogar, Ozuna iba con el techo de su coche descubierto y al mirar al cielo se preocupó al ver muchas nubes y algunos relámpagos, y pensó en Fernández entre las trampas del mar, pero ya era demasiado tarde para hacerlo cambiar de parecer.
«Que sea lo que Dios quiera», se dijo a sí mismo antes de perderse en la noche.
Sin embargo, el dominicano fue despertado por su esposa con la terrible noticia de que hermano había fallecido en un accidente marítimo en horas de la madrugada en ese mismo bote que tanto quería.
«Caí envuelto en lágrimas, no podía ser, la vida no podía quitármelo así», comentó Ozuna. «Pensé en su madre, en su abuela. Esa familia es mi familia. No tienes idea de cómo ellas son conmigo, cómo José era conmigo».
Ambos se habían conocido en las Ligas Menores, cuando eran unos perfectos desconocidos y vivían con la esperanza de labrarse un nombre en el mejor béisbol del mundo.
Lo compartían todo, lo bueno y lo malo, los largos recorridos en autobuses, los juegos en pueblitos intrincados; y luego llegaron a los Marlins casi juntos, con meses de diferencia, para seguir la travesía humana y deportiva.
«Siempre vivíamos discutiendo, pero en buena onda, tratando de mejorarnos el uno al otro», explicó Ozuna. «Esperábamos terminar la temporada tranquilos, sin complicaciones y mira esto. Solo Dios sabe por qué se lo llevó».
Pero últimamente Ozuna y Fernández compartían un vínculo más profundo: el de la paternidad. El cubano iba a ser padre por primera vez en unos meses y no se cansaba de enseñarle los sonogramas al «Ozo» y de hablarle de su futura bebé.
El dominicano le había pedido que le concediera unas horas de su tiempo para explicarle el significado del compromiso que iba a contraer, pues su experiencia como papá podría ahorrarle algunos dolores de cabeza al cubano.
«Me decía que estaba loco por ser padre y quería ver a su hija», agregó Ozuna. «Me duele en mi conciencia que ahora no podrá ver a su niña crecer, pero esperemos que esa niña que lleva su apellido sea algo muy grande para el mundo. José seguirá vivo en ella».