Setién, despedido del Barça

El técnico es la primera víctima del ‘Lisbonazo’, que provoca una refundación deportiva del Barça

Llegó un lunes de enero. Y es despedido otro lunes, pero de agosto. Llegó sin ser la primera opción, tan sorprendido él por esa inusual llamada del Barça que agitó su tranquilo y bucólico paseo junto a las vacas cántabras de Liencres. «Todo ha sido muy precipitado, no tardé ni cinco minutos en aceptar. Jamás imaginaba que se iban a decidir por mí»·, admitía orgulloso. Ahora se marcha sin que nadie le eche de menos.

Ni siquiera Quique Setién sabe si realmente estuvo en el Camp Nou. Vino, y a la semana tuvo que dejar de ser quien era. Aunque no es, ni mucho menos, el único problema del Barça. Ni tampoco el principal. Es una pieza más de una cadena de desastres ejecutados por otras personas que no son Setién.

Poco le duró al cántabro su idea, cautivo de un vestuario que manda más, mucho más que el presidente que lo trajo a la desesperada después de toparse con el no de Xavi y el no de Koeman. «Hay algunas cosas que todavía no interpretan bien o quizá no las explicamos bien», denunció el técnico que sucedió a Valverde en Mestalla cuando encajó su primera derrota, prólogo de un desencuentro que ha durado 218 días.

De caída en caída

Ni dos semanas llevaba entonces en el cargo y el divorcio ya estaba consumado. Lo demás es conocido. De caída en caída (eliminado en la Copa por el Athletic, cediendo la Liga al Madrid tras el confinamiento) hasta el ‘Lisbonazo’, la mayor de las derrotas, esa que perseguirá a todos por los siglos de los siglos.

Y Setién, que llegó idolatrando a unos jugadores con los que disfrutaba viéndolos como espectador, se marcha deprimido al conocerlos. Quizá no lo diga nunca. Pero se siente desengañado, tal vez hasta consigo mismo porque nunca fue quien era. Claudicó demasiado pronto el hombre que «habría dado un dedo meñique por jugar con Cruyff».

Los pitos del Camp Nou

En ningún momento, se comportó como un cruyffista, esa religión futbolística a la que se adhirió con entusiasmo enfermizo, capaz de abrirle las puertas del Camp Nou a sus 61 años cuando creía que ya era algo utópico. Empezó contra el Granada repartiendo 1.005 pases su equipo, lo que llegó a provocar hasta la caricaturización.

Un mes más tarde, el Camp Nou pitó su idea con tanta vehemencia que recogió la libreta y la guardó para siempre en el cajón. Cada pase atrás a Ter Stegen, tal si fuera aquellos que daba Bakero en la época del ‘Dream Team’, era una puñalada para el soci, que estaba protestón e intransigente.

«¿Los pitos del Camp Nou? Es producto de los nervios», admitió el cántabro. «Ves las dificultades para salir con claridad y es, por lo tanto, normal que la gente se ponga nerviosa. Hasta yo mismo me pongo nervioso», confesó luego asumiendo otra batalla perdida.

No dominaba el vestuario, tampoco podía imponerse en la pizarra y, además, el club, débil como lleva desde años, le dejó desarropado. Tampoco él acompañaba con tacto y discreción a unos jugadores como sí sabía hacer Valverde. Y encima, el técnico estaba sentado sobre otro volcán.

El ‘caso Sarabia’

Eder Sarabia, su ayudante, tenía como misión ayudarle. Y no crearle problemas, como sucedió tras otra dolorosa derrota contra el Madrid, obligándole a tener que aparecer en EL PERIÓDICO. «Esa situación me ha afectado mucho a mí. Lo primero en lo que pienso es en el club y en la imagen del club. Debe ser una imagen impoluta, hay que cuidarla”, dijo sobre los gestos de Sarabia en el Bernabéu, que provocaron otro incendio. Por si no había suficiente fuego ya a su alrededor.

«Es un tema que Eder está intentando solucionar. Es un chaval joven, un chaval impulsivo, que tiene muchísima energía, que para muchas cosas es tremendamente positivo. Pero estamos en el banquillo de un club al que representas y el comportamiento tendría que ser intachable. Ya hemos pedido disculpas», admitió desolado en la entrevista con este diario.

Tras prescindir de su idea troncal -la apuesta por los tres centrales duró poquísimo-, Setién se refugió en la ‘chaqueta metálica’ del 4-4-2, tan antiguo como el fútbol, como si el músculo hubiera salvado alguna vez a este club.

Ni rastro del técnico aventurero, ofensivo y atrevido con los jóvenes que había trazado una interesante ruta por las carreteras secundarias (Racing de Santander, Poli Ejido, Logroñés, Lugo, Las Palmas y Betis) antes de pisar su Eldorado.

En manos de las ‘vacas sagradas’

Se puso en manos de las ‘vacas sagradas’, no las de Liencres, para sobrevivir. En realidad, Setién vivía al día. Sin plan ni proyecto, con el club derrumbándose a su alrededor (Bartogate, crisis a diario, pelea entre Messi y Abidal a través de Instagram…), proyectando cuerpo técnico y plantilla dos mensajes radicalmente distintos. Quizá era hasta cuestión generacional. No hablaron, en ningún momento, el mismo idioma futbolístico.

Y hasta su voz ilusionante del inicio («yo solo garantizo que mi equipo va a jugar bien», dijo en su estreno) se fue apagando, consumida por un errático y autodestructivo club. Ni de eso puede presumir Setién. Su Barça nunca jugó bien. Ni cómo él quiso que jugara. Tenía a Messi. Pero una cosa es disfrutar mirando a Leo y otra, muy distinta, gestionar a Leo.

En el camino, se cobró, eso sí, la pieza más sencilla del tridente sentando a Griezmann en el banquillo de suplentes sin reparar en que debía encajarlo en su modelo porque era (o tenía que haber sido) una apuesta de club. 135 millones de razones deberían avalarlo.

Iba tocando detalles para levantar a un equipo que empezó a morir hace años, aunque el epitafio quede para siempre fijado en Lisboa. Mantenía la casa en pie hasta que el 2-8 del Bayern aniquiló el edificio dejándolo en una pura ruina.

Antic, Tata, Quique…

Cada pausa de hidratación de los partidos era una tortura. Era el retrato de dos mundos. Los técnicos, por un lado; los jugadores, por otro. Un equipo sin rumbo, un entrenador desorientado. Vivían ambos en universos distintos.

“Yo llevo aquí ocho meses”, dijo en Lisboa. Y no le falta razón porque él no es el problema. Pero tampoco fue la solución. Llegó a un club enfermo en lo deportivo, que ha ido quemando entrenadores, alejándose, cada vez más, de la idea inicial que tuvo hace décadas. Esa idea que había hipnotizado a Setién, aunque no pudiera ejecutarla como deseaba.

Pero al cántabro solo le faltó llevar un polo pistacho para que en algún momento se le confundiera con el Tata Martino, técnico de entreguerras, traído entonces por Rosell, presidente y vicepresidente deportivo como Bartomeu, que duró, eso sí, más que el cántabro.

Aguantó el argentino una temporada completa, aunque a mitad de la misma ya tenía las maletas hechas para volverse a su país.Quique ha estado apenas ocho meses y tres de ellos los vivió confinado en su casa por la pandemia, dificultando aún más su ya de por sí complejo trabajo. El Setién de Bartomeu (2020) ha sido, en realidad, el Antic de Gaspart y Reyna (2003), quien solo estuvo cinco meses en el banquillo del Camp Nou.

Setién, ese devoto del cruyffismo que llegaba exultante a la casa del creador, abandona ahora el templo desconsolado. A los 61 años jamás pensó que lo llamarían. Ni tampoco que luego duraría media temporada. Usado por Bartomeu al inicio; usado por Bartomeu al final.

El presidente, que le dio la oportunidad, absolutamente inesperada, le despide. Piensa el dirigente que es mejor cambiar de fusible que hacer una instalación eléctrica nueva para un club que se ha quedado a oscuras.

«Si tienes que morir, muere con tus ideas», solía decir Johan consciente de que la única fuerza te la da la pelota. Lo demás es propaganda y palabrería. Y ahora, cuando vuelva a pasear junto a las vacas, Quique quizá le pregunte un día a Setién porque no se comportó como el cruyffista que siempre fue.

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